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lunes, 13 de octubre de 2014

Cuando Benítez dejó de ser Benítez

Muy poca gente desconoce al técnico madrileño Rafa Benítez. Su carrera desde que empezase a hacerse un nombre con aquel Valencia campeón, hasta nuestros días, casi siempre ha ido ligada al éxito. Si preguntasen a cualquier persona de este mundo con cierto interés por este deporte, probablemente ésta sería capaz de hablarte de él. Es más, quizás esta persona te hablase de un técnico con cierta tendencia defensiva, algo frío, calculador… Sin embargo, más allá de todo esto, Benítez es un entrenador volcado con su profesión.


Actualmente existen muy pocos entrenadores sobre el planeta con el nivel de preparación previa a los partidos de Rafael Benítez. Es un hombre al que le gusta tener todo bajo control, que se entrega en cuerpo y alma en no dejar ningún detalle sin supervisar. Cualquier ventaja, cualquier desventaja, cualquier pormenor, por ínfimo que sea, es importante para él, algo que, partido tras partido, demuestran sus equipos sobre el campo. Habrá quienes digan que este afán por controlar todo lo que ocurre sobre el rectángulo de juego es una aberración a este deporte, sin embargo, su manera de ver, dibujar y enfocar cada partido merece, como mínimo, la admiración de todo el mundo futbolístico.

El inconveniente que lo trastornó todo

La pasada semana, el cuadro de Benítez se enfrentó a uno de los partidos más importantes de lo que llevamos de temporada. Tocaba viajar al tan temido Westfalenstadion, para verse las caras ante, nada más y nada menos, el subcampeón de Europa. Para una fecha tan señalada en el calendario, seguro que el madrileño no escatimó un esfuerzo en preparar y concienciar a todos y cada uno de sus futbolistas, sobre cómo había que plantear y jugar el partido. Sin embargo, por suerte o por desgracia, este deporte es, sobre todas las cosas, un deporte imprevisible. Eso mismo debió pensar el Bueno de Benítez cuando, apenas diez minutos después de que el árbitro diese inicio al encuentro, un agarrón de Fede Fernández dentro del área de castigo fue señalado como penalti, para que poco después Reus acabase poniendo el 1-0 en el marcador.

A partir de este momento, todo el trabajo, la dedicación, y la preparación previas al encuentro se vino al traste. Había que pensar un nuevo plan de partido, y fue entonces cuando Benítez decidió, muy al pesar de muchos de los hinchas napolitanos, dejar de ser Benítez. Por las circunstancias del choque, quizá lo lógico hubiese sido intuir que, y más conociendo al madrileño, era el momento de enfriar el partido. El encuentro llevaba muy pocos minutos disputándose y precipitarse, y más en un enfrentamiento de esta enjundia, podría acabar resultando trágico. No obstante, y para sorpresa de propios y extraños, Benítez decidió dar un volantazo e ir al ataque sin contemplaciones.

Un nuevo plan

Hizo que sus delanteros adelantaran líneas, pero la posición sobre el campo de los de Klopp, impidió al resto hacer lo mismo, por lo que el equipo se partió. La distancia entre los cuatro defensas y los cuatro jugadores más avanzados era amplísima, y el doble pivote apenas daba abasto para llegar a todo. El Nápoles trató una y otra vez sacar el balón jugado desde la defensa, pero la primera línea de presión del Dortmund se mantuvo espléndida, imposibilitando a los italianos hacer llegar un balón en condiciones más allá de la divisoria de ambos campos.



Esta situación facilitó, y de qué manera, la labor de un Dortmund que ni en sueños podría haber imaginado un escenario tan favorable. Su buena organización en la presión, unida a la impotencia napolitana, permitió a los locales robar y salir rápido al contraataque. Cada vez que el equipo de Klopp se hacía con un balón, Reus, Kuba, Lewandowski y sobre todo Mkhitaryan montaban un contragolpe en superioridad, ya fuese cuatro contra tres, o bien cinco contra cuatro. Para mayor desgracia, la pareja de zagueros formada por Albiol y Fernández era tremendamente inferior en velocidad a los atacantes, por lo que una y otra vez acababa viéndose superada. Este último hecho provocó a su vez que la línea de defensores fuera retrocediendo cada vez más, haciendo que el equipo fuese más largo.


Reacción tardía

En la segunda mitad, el Dortmund acabaría metiendo el segundo, y de nuevo Benítez volvería a sorprender a todos. Con 2-0 en el marcador y media hora por jugarse, decidió sacar del terreno de juego a Dzemaili, de claro perfil ofensivo, para dar entrada a Inler, un mediocentro de carácter más posicional. Con este cambio el madrileño buscó dar más estabilidad al equipo, algo que, si bien parecía lo lógico por el transcurrir del partido, se hizo difícil de entender en ese momento, ya que la desventaja era de dos goles. La media hora restante, y a pesar de que los napolitanos conseguirían acortar ventajas, no sirvió, ni más ni menos, para que el armenio Mkhitaryan deleitase a todos los allí presentes con la que, para muchos, ha sido su mejor actuación desde su llegada a la Renania del Norte – Westfalia.


Nunca se sabrá si el planteamiento efectuado por el cuadro de Rafa fue producto de un plan o bien si fue una mera improvisación, lo que sí se puede afirmar es que aquel día, el calculador, metódico y pragmático Benítez, dejó de ser Benítez.

sábado, 11 de octubre de 2014

Las dos caras de la moneda

El fútbol es un deporte vivo, lleno de carruseles, de idas y venidas, donde situarte en lo más alto no es, ni más ni menos, que el preludio de un golpe venidero. Esto mismo deberán estar pensando los aficionados del Arsenal estos días, que han tenido que ver como su equipo en apenas unas semanas y sin previo aviso, pasaba de tocar el cielo, a verse incrustado nuevamente en la más profunda terrenalidad.


Parece claro este año existe un momento de inflexión para todo aquel seguidor, fan o simpatizante del equipo con sede en el Emirates Stadium. Se trata, como no podía ser de otro modo, de la llegada del exquisito trescuartista alemán Mesut Özil al cuadro gunner. Aquel movimiento de última hora encendió de sobremanera las alarmas del seno de una familia que, en los últimos años, parece haberse acostumbrado en exceso al desconsuelo y la autocompasión. A pesar de esta magnífica coyuntura, por todos es sabido que el fútbol no es una simple colección de cromos, donde gana el que más y mejores tiene, y sino que se lo pregunten al propio Arsenne Wenger.

Desde que se inició la temporada, el trabajo del alsaciano para conformar partido tras partido la plantilla más competitiva se ha convertido en un auténtico trabajo de chinos, y aún a estas alturas, es difícil conformar un once tipo del equipo londinense. A continuación, se pasarán a analizar dos momentos muy importantes de este nuevo Arsenal, separados por un espacio de tiempo tan corto, que parece inverosímil la diferencia existente entre ambos. Son, la cara y la cruz del Arsenal este año.

La cara

Nos remontamos a la segunda jornada de Champions, donde un Nápoles que manaba confianza por los cuatro costados aterrizaba en Londres con el fin de visitar a unos cañoneros, cuyos partidos anteriores habían permitido saborear a sus fieles  aquella dulce sensación, la cual solo aparece cuando mezclas contundencia y gusto por el balón, de un modo que pocos equipos han sabido reflejar  tan bien como el mismo Arsenal. Esa noche Wenger sorprendió a muchos alineando a un once que, al menos en apariencia, mostraba el lado más conservador del francés, con la inclusión de Flamini en el doble pivote, para dar rienda suelta arriba a un Ramsey pletórico de fuerzas.

El partido comenzó ante la expectación de muchos por conocer cómo se desarrollaría el mismo, algo que pudo verse desde muy pronto. El Arsenal no estuvo bien, estuvo espléndido. Todo en aquel equipo fluía casi sin querer, de la manera más estética y efectiva posible. El balón se desplazaba de una zona a otra del campo a una velocidad pasmosa, y siempre que se detenía, era en los pies de un jugador de calcetas blanquirrojas. La pareja Arteta-Flamini se hizo con el control absoluto de la sala de máquinas, ya fuese para atacar o para defender. Es más, Flamini, no contento con lo bien que lo estaba haciendo su equipo en la parcela ofensiva, se adhirió como una lapa a un Hamsik que llegaba a Lóndres como uno de los jugadores más en forma de Europa, y que se fue de allí de la forma más discreta posible. Flamini secó a Hamsik, y por ende, al Nápoles.


Este trabajo y dominio en medio campo sería a posteriori tremendamente elogiado en múltiples discusiones, aunque sin duda aquel partido tuvo a otros dos protagonistas, cuya magia consiguió mantener a todos los asistentes en un continuo éxtasis futbolístico. Ramsey y Özil, Özil y Ramsey, se asociaban por derecha, se asociaban por izquierda, triangulaban con Giroud, con Rosicky, y finalmente, ajusticiaban el marco de Reina. Su dinamismo aquel día alcanzó unas cotas desconocidas, en la mejor de las fusiones entre precisión y velocidad vistas hasta ahora. El entendimiento entre ambos era pleno, y su contagio a la grada completo. Ellos dos fueron, sin lugar a dudas, los grandes artífices de aquella perfecta sonata.


Así fueron unos primeros veinte minutos, que para muchos son lo mejor visto en toda Europa desde que se iniciase el curso en agosto, y que a su vez guardan codiciosamente, la gran cara del Arsenal este año.

La cruz

El Borussia Dortmund, anteriormente humillado por un Nápoles inoperante en su visita a Londres, llegaba al Emirates con la obligación de mostrar de manera definitiva, y ante un gran equipo, que aún recuerda como se juega a esto del balompié. Para este día, el alsaciano variaría una única pieza con respecto a aquel equipo que enamoró ante los de Benitez, dando entrada en el once a Wilshere en detrimento de un Flamini tocado. Este cambio provocaba el paso de Ramsey a ocupar una posición en el doble pivote junto a Arteta, dejando Wilshere ocupar el puesto que anteriormente ostentaba el galés. A simple vista se trataba de una simple variación, pero al pasar a analizar lentamente el partido, este leve gesto adquiere una trascendencia vital.

Más allá del buen partido de los alemanes, de su orden y de su buen hacer ese día, el Arsenal, en líneas generales, estuvo mal, bastante mal. La salida del once de un hombre como Flamini restó al equipo una agresividad que si tiene Ramsey, pero de la que le falta, y mucho, a Wilshere. Con este pretexto el Dortmund dominó el tempo del partido, obligando a los gunners a correr detrás del balón. El Arsenal no tenía el esférico, y cuando lo conseguía, era en campo propio y con el depósito de gasolina tremendamente mermado, debido al esfuerzo que requería recuperarlo. Por culpa de esto, el cuero no llegaba arriba con facilidad, y se pudo ver a un Özil completamente desesperado y fuera de posición, que incluso se vio en la obligación de bajar hasta medio campo para iniciar jugada.


Özil lo pasaba mal, y como no podía ser menos, su compañero de diabluras también. Ramsey, al que en el otro partido veíamos aparecer y moverse con frescura por todo al ancho de la zona de ataque, dibujando maravillosas combinaciones, se dedicó a correr, pero no a correr hacia adelante, sino hacia atrás. Con la ausencia de Flamini, los talentosos centrocampistas no daban abasto a parar las acometidas de las balas alemanas,  que tocaban y se movían con toda la libertad. La mejor muestra de este hecho es la consecución del primer gol, en el que Ramsey pierde un balón en el balcón de su propia área, que Lewandowski acaba incrustando en la portería gunner.



A pesar de que en el segundo periodo el arsenal consiguió revertir ligeramente la situación, el bajo rendimiento durante la mayor parte del partido del cuadro de Wenger supuso la cruz de un proyecto que promete muchas tardes de diversión en el Emirates.