Toni Kroos, Luka Modric, Philipp Lahm... actualmente existen
varios ejemplos de jugadores que, generalmente debido a una necesidad de su
equipo, se han visto obligados a modificar su posición en el campo de un modo
más o menos drástico. En los últimos días,
un nuevo nombre parece haberse sumado, al menos de forma momentánea, a este
excelso grupo de nombres.
Que el Leverkusen de Schimdt, pese a llevar ya varios
partidos esta temporada, es un equipo en construcción, parece ser un hecho que
está totalmente fuera de dudas. El técnico germano ya ha implantado gran parte
de su sello en el club aspirinero, sin embargo, a día de hoy, los ajustes
perduran. Bajo una idea clara (cuadro valiente, agresivo en defensa y
predispuesto a la hora de llevar la iniciativa de partido), el Leverkusen tiene
ya una cara reconocible. Como no podía ser de otra manera, dicha cara posee
piezas fijas, pero también otras que no lo son tanto. Entre esas posiciones no
tan fijas hay una que destaca sobremanera, y que viene trayendo al técnico
teutón de cabeza desde que se hiciera con las riendas del equipo: el
acompañante de Bender en el mediocentro.
Su pareja ideal
Una posición, la de acompañante del mediocentro, que a
simple vista puede parecer de una importancia menor, pero que analizada en
profundidad abarca algunos de los aspectos más vitales en el juego de los
renanos. Y es que el Leverkusen es, ante todo, un club valiente, que gusta de
nutrir de muchos jugadores su ataque y con una gran tendencia a adelantar
bastante sus líneas. Esta estrategia les permite generar muchas ocasiones de
cara a gol, pero también les arrastra a conceder demasiadas oportunidades, por lo
que el equilibrio, sobre todo a la hora de hacer los balances defensa-ataque,
ha de ser perfecto. Aquí es donde la figura del mediocentro, junto a la del
propio Bender, cobra una importancia suprema, pues son los encargados de
mantener al equipo cohesionado, equilibrado, evitando que se parta en dos.
Gonzalo Castro, Simon Rolfes, Stefan Reinartz y en última
instancia Kyriakos Papadopoulos ya han ocupado esa posición, pero los
resultados aún no han sido los esperados, por lo que en las últimas semanas
Schmidt ha decidido probar con algo nuevo. Aprovechando la recuperación de
Julian Brandt, el germano decidió salir hace 15 días al Petrovsky de San
Petersburgo no con uno, ni dos, ni tres, sino cinco hombres puros de ataque.
Kiessling, Son, Bellarabi, Brandt y Calhanoglu y solo Bender para cubrir por
detrás. Una alineación novedosa que, tras iniciarse el partido, destapó la
nueva variante.
Spahic y Toprak, los dos centrales del equipo, metidos en
campo rival.
Invención otomana al servicio del colectivo
Calhanoglu, que apenas un año atrás partía como segundo
delantero en el Hamburgo, sería el encargado de acompañar a Bender en el
mediocentro. El talentoso, imaginativo y en muchas ocasiones inestable
Calhanoglu encomendado a sostener y ordenar el juego de las aspirinas, a actuar
de Kaiser, de timonel. Entonces, las alarmas se encendieron. Todo apuntaba a un
partido de auténtica locura por parte de los germanos. Un continuo correcalles,
una tormenta de descontrol, pero nada más lejos de la realidad. Sin
brillanteces, sin excesivo despliegue, tirando de tablas y de inteligencia, el
Leverkusen cuajó uno de los choques más serios de la era Schmidt. El papel de
Calhanoglu fue casi testimonial, pero las aspirinas, por fin, fueron un equipo
compensado.
Solo cuatro días después del episodio piloto de San
Petersburgo, el Mainz pondría prueba a esta última versión del Leverkusen, a
este nuevo rol de Calhanoglu, y la respuesta no pudo ser mejor. El equipo no
ganó, sobre todo gracias a otra gigantesca actuación de Karius este año, pero
el turco brilló con luz propia. Empezó discreto, acompasándose muy bien con
Bender, distribuyendo el juego desde atrás y dejándose ver en las coberturas
defensivas (hecho especialmente sorprendente éste último). Los minutos
transcurrían y el gol se alejaba a medida que el cansancio hacía acto de
presencia, y entonces, sin que nadie lo esperara, apareció él.
78% de efectividad en el pase con un amplísimo abanico de
acción y hasta nueve cruces defensivos
Mostrando una actitud y agallas encomiables, el turco se
echó todo el equipo a la espalda. Pidió la pelota constantemente, abarcó todo
el ancho de terreno que le fue posible y lo intentó una y otra vez. Arrancadas
desde cualquier zona, cambios de juego, combinaciones rápidas en tres cuartos,
llegadas al balcón del área y disparos, el cansancio parecía no afectar al de
Mannheim. Nadie conseguía frenar a Calhanoglu, nadie salvo una persona: Loris
Karius. El joven guardameta fue el único dotado como para hacer frente al
otomano, y de no haber sido así, estaríamos hablando de una de las actuaciones
individuales más descoyantes de lo que va de Bundesliga. No obstante, Hakan lo
había conseguido. Había demostrado, a sí mismo y al mundo, lo que esconde en su
interior, el fútbol del que es poseedor, lo que es capaz de hacer.
¿Fugaz o permanente?
Aún es pronto para definir si estamos ante una situación
puntual o si por el contrario nos
encontramos ante el inicio de algo mucho más grande. De lo que no cabe duda es
de que Calhanoglu, ese chico indisciplinado, distinto al resto, ha abierto una
nueva dimensión a su juego. Nivel no le falta para ocupar una posición de tal
exigencia, y los precedentes anteriores similares arrojan resultados muy
positivos, por lo que quizás, y solo el tiempo lo dirá, nos encontremos ante
una nueva conversión satisfactoria, la conversión de Hakan.