viernes, 5 de diciembre de 2014

La conversión de Hakan

Toni Kroos, Luka Modric, Philipp Lahm... actualmente existen varios ejemplos de jugadores que, generalmente debido a una necesidad de su equipo, se han visto obligados a modificar su posición en el campo de un modo más o menos drástico.  En los últimos días, un nuevo nombre parece haberse sumado, al menos de forma momentánea, a este excelso grupo de nombres.


Que el Leverkusen de Schimdt, pese a llevar ya varios partidos esta temporada, es un equipo en construcción, parece ser un hecho que está totalmente fuera de dudas. El técnico germano ya ha implantado gran parte de su sello en el club aspirinero, sin embargo, a día de hoy, los ajustes perduran. Bajo una idea clara (cuadro valiente, agresivo en defensa y predispuesto a la hora de llevar la iniciativa de partido), el Leverkusen tiene ya una cara reconocible. Como no podía ser de otra manera, dicha cara posee piezas fijas, pero también otras que no lo son tanto. Entre esas posiciones no tan fijas hay una que destaca sobremanera, y que viene trayendo al técnico teutón de cabeza desde que se hiciera con las riendas del equipo: el acompañante de Bender en el mediocentro.

Su pareja ideal

Una posición, la de acompañante del mediocentro, que a simple vista puede parecer de una importancia menor, pero que analizada en profundidad abarca algunos de los aspectos más vitales en el juego de los renanos. Y es que el Leverkusen es, ante todo, un club valiente, que gusta de nutrir de muchos jugadores su ataque y con una gran tendencia a adelantar bastante sus líneas. Esta estrategia les permite generar muchas ocasiones de cara a gol, pero también les arrastra a conceder demasiadas oportunidades, por lo que el equilibrio, sobre todo a la hora de hacer los balances defensa-ataque, ha de ser perfecto. Aquí es donde la figura del mediocentro, junto a la del propio Bender, cobra una importancia suprema, pues son los encargados de mantener al equipo cohesionado, equilibrado, evitando que se parta en dos.

Gonzalo Castro, Simon Rolfes, Stefan Reinartz y en última instancia Kyriakos Papadopoulos ya han ocupado esa posición, pero los resultados aún no han sido los esperados, por lo que en las últimas semanas Schmidt ha decidido probar con algo nuevo. Aprovechando la recuperación de Julian Brandt, el germano decidió salir hace 15 días al Petrovsky de San Petersburgo no con uno, ni dos, ni tres, sino cinco hombres puros de ataque. Kiessling, Son, Bellarabi, Brandt y Calhanoglu y solo Bender para cubrir por detrás. Una alineación novedosa que, tras iniciarse el partido, destapó la nueva variante.

Spahic y Toprak, los dos centrales del equipo, metidos en campo rival.

Invención otomana al servicio del colectivo

Calhanoglu, que apenas un año atrás partía como segundo delantero en el Hamburgo, sería el encargado de acompañar a Bender en el mediocentro. El talentoso, imaginativo y en muchas ocasiones inestable Calhanoglu encomendado a sostener y ordenar el juego de las aspirinas, a actuar de Kaiser, de timonel. Entonces, las alarmas se encendieron. Todo apuntaba a un partido de auténtica locura por parte de los germanos. Un continuo correcalles, una tormenta de descontrol, pero nada más lejos de la realidad. Sin brillanteces, sin excesivo despliegue, tirando de tablas y de inteligencia, el Leverkusen cuajó uno de los choques más serios de la era Schmidt. El papel de Calhanoglu fue casi testimonial, pero las aspirinas, por fin, fueron un equipo compensado.

Solo cuatro días después del episodio piloto de San Petersburgo, el Mainz pondría prueba a esta última versión del Leverkusen, a este nuevo rol de Calhanoglu, y la respuesta no pudo ser mejor. El equipo no ganó, sobre todo gracias a otra gigantesca actuación de Karius este año, pero el turco brilló con luz propia. Empezó discreto, acompasándose muy bien con Bender, distribuyendo el juego desde atrás y dejándose ver en las coberturas defensivas (hecho especialmente sorprendente éste último). Los minutos transcurrían y el gol se alejaba a medida que el cansancio hacía acto de presencia, y entonces, sin que nadie lo esperara, apareció él.

78% de efectividad en el pase con un amplísimo abanico de acción y hasta nueve cruces defensivos

Mostrando una actitud y agallas encomiables, el turco se echó todo el equipo a la espalda. Pidió la pelota constantemente, abarcó todo el ancho de terreno que le fue posible y lo intentó una y otra vez. Arrancadas desde cualquier zona, cambios de juego, combinaciones rápidas en tres cuartos, llegadas al balcón del área y disparos, el cansancio parecía no afectar al de Mannheim. Nadie conseguía frenar a Calhanoglu, nadie salvo una persona: Loris Karius. El joven guardameta fue el único dotado como para hacer frente al otomano, y de no haber sido así, estaríamos hablando de una de las actuaciones individuales más descoyantes de lo que va de Bundesliga. No obstante, Hakan lo había conseguido. Había demostrado, a sí mismo y al mundo, lo que esconde en su interior, el fútbol del que es poseedor, lo que es capaz de hacer.

¿Fugaz o permanente?

Aún es pronto para definir si estamos ante una situación puntual o si por el contrario  nos encontramos ante el inicio de algo mucho más grande. De lo que no cabe duda es de que Calhanoglu, ese chico indisciplinado, distinto al resto, ha abierto una nueva dimensión a su juego. Nivel no le falta para ocupar una posición de tal exigencia, y los precedentes anteriores similares arrojan resultados muy positivos, por lo que quizás, y solo el tiempo lo dirá, nos encontremos ante una nueva conversión satisfactoria, la conversión de Hakan.