viernes, 5 de diciembre de 2014

La conversión de Hakan

Toni Kroos, Luka Modric, Philipp Lahm... actualmente existen varios ejemplos de jugadores que, generalmente debido a una necesidad de su equipo, se han visto obligados a modificar su posición en el campo de un modo más o menos drástico.  En los últimos días, un nuevo nombre parece haberse sumado, al menos de forma momentánea, a este excelso grupo de nombres.


Que el Leverkusen de Schimdt, pese a llevar ya varios partidos esta temporada, es un equipo en construcción, parece ser un hecho que está totalmente fuera de dudas. El técnico germano ya ha implantado gran parte de su sello en el club aspirinero, sin embargo, a día de hoy, los ajustes perduran. Bajo una idea clara (cuadro valiente, agresivo en defensa y predispuesto a la hora de llevar la iniciativa de partido), el Leverkusen tiene ya una cara reconocible. Como no podía ser de otra manera, dicha cara posee piezas fijas, pero también otras que no lo son tanto. Entre esas posiciones no tan fijas hay una que destaca sobremanera, y que viene trayendo al técnico teutón de cabeza desde que se hiciera con las riendas del equipo: el acompañante de Bender en el mediocentro.

Su pareja ideal

Una posición, la de acompañante del mediocentro, que a simple vista puede parecer de una importancia menor, pero que analizada en profundidad abarca algunos de los aspectos más vitales en el juego de los renanos. Y es que el Leverkusen es, ante todo, un club valiente, que gusta de nutrir de muchos jugadores su ataque y con una gran tendencia a adelantar bastante sus líneas. Esta estrategia les permite generar muchas ocasiones de cara a gol, pero también les arrastra a conceder demasiadas oportunidades, por lo que el equilibrio, sobre todo a la hora de hacer los balances defensa-ataque, ha de ser perfecto. Aquí es donde la figura del mediocentro, junto a la del propio Bender, cobra una importancia suprema, pues son los encargados de mantener al equipo cohesionado, equilibrado, evitando que se parta en dos.

Gonzalo Castro, Simon Rolfes, Stefan Reinartz y en última instancia Kyriakos Papadopoulos ya han ocupado esa posición, pero los resultados aún no han sido los esperados, por lo que en las últimas semanas Schmidt ha decidido probar con algo nuevo. Aprovechando la recuperación de Julian Brandt, el germano decidió salir hace 15 días al Petrovsky de San Petersburgo no con uno, ni dos, ni tres, sino cinco hombres puros de ataque. Kiessling, Son, Bellarabi, Brandt y Calhanoglu y solo Bender para cubrir por detrás. Una alineación novedosa que, tras iniciarse el partido, destapó la nueva variante.

Spahic y Toprak, los dos centrales del equipo, metidos en campo rival.

Invención otomana al servicio del colectivo

Calhanoglu, que apenas un año atrás partía como segundo delantero en el Hamburgo, sería el encargado de acompañar a Bender en el mediocentro. El talentoso, imaginativo y en muchas ocasiones inestable Calhanoglu encomendado a sostener y ordenar el juego de las aspirinas, a actuar de Kaiser, de timonel. Entonces, las alarmas se encendieron. Todo apuntaba a un partido de auténtica locura por parte de los germanos. Un continuo correcalles, una tormenta de descontrol, pero nada más lejos de la realidad. Sin brillanteces, sin excesivo despliegue, tirando de tablas y de inteligencia, el Leverkusen cuajó uno de los choques más serios de la era Schmidt. El papel de Calhanoglu fue casi testimonial, pero las aspirinas, por fin, fueron un equipo compensado.

Solo cuatro días después del episodio piloto de San Petersburgo, el Mainz pondría prueba a esta última versión del Leverkusen, a este nuevo rol de Calhanoglu, y la respuesta no pudo ser mejor. El equipo no ganó, sobre todo gracias a otra gigantesca actuación de Karius este año, pero el turco brilló con luz propia. Empezó discreto, acompasándose muy bien con Bender, distribuyendo el juego desde atrás y dejándose ver en las coberturas defensivas (hecho especialmente sorprendente éste último). Los minutos transcurrían y el gol se alejaba a medida que el cansancio hacía acto de presencia, y entonces, sin que nadie lo esperara, apareció él.

78% de efectividad en el pase con un amplísimo abanico de acción y hasta nueve cruces defensivos

Mostrando una actitud y agallas encomiables, el turco se echó todo el equipo a la espalda. Pidió la pelota constantemente, abarcó todo el ancho de terreno que le fue posible y lo intentó una y otra vez. Arrancadas desde cualquier zona, cambios de juego, combinaciones rápidas en tres cuartos, llegadas al balcón del área y disparos, el cansancio parecía no afectar al de Mannheim. Nadie conseguía frenar a Calhanoglu, nadie salvo una persona: Loris Karius. El joven guardameta fue el único dotado como para hacer frente al otomano, y de no haber sido así, estaríamos hablando de una de las actuaciones individuales más descoyantes de lo que va de Bundesliga. No obstante, Hakan lo había conseguido. Había demostrado, a sí mismo y al mundo, lo que esconde en su interior, el fútbol del que es poseedor, lo que es capaz de hacer.

¿Fugaz o permanente?

Aún es pronto para definir si estamos ante una situación puntual o si por el contrario  nos encontramos ante el inicio de algo mucho más grande. De lo que no cabe duda es de que Calhanoglu, ese chico indisciplinado, distinto al resto, ha abierto una nueva dimensión a su juego. Nivel no le falta para ocupar una posición de tal exigencia, y los precedentes anteriores similares arrojan resultados muy positivos, por lo que quizás, y solo el tiempo lo dirá, nos encontremos ante una nueva conversión satisfactoria, la conversión de Hakan.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Tu cara me suena

Como si del famoso programa de televisión se tratara, el Bayern de Múnich mudó su rostro habitual para mostrar uno bien distinto. Una cara nunca antes vista en el equipo de Guardiola. Una cara conocida que seguro sonó a más de uno.

Guardiola es un tipo especial. Un ser entregado que vive por y para su profesión. Las 24 horas del día, sin descanso, sin pausa. Su mente, siempre despierta y despejada, es como un pequeño reproductor de vídeo. Un reproductor en el que se visionan partidos desde cualquier ángulo del campo, con una óptica única y difícilmente alcanzable para el ciudadano de a pie. A veces estos partidos son choques que ya se han disputado, pero en otras ocasiones son partidos que aún no se han sucedido.  Y es que cada vez que el Bayern de Múnich salta a un terreno de juego para medirse en un enfrentamiento, éste ya se ha jugado, no de un modo material, pero sí de un modo insustancial, irreal, en la mente del técnico de Sampedor.

Frente al espejo

Acostumbrados a jugar con equipos correosos, intensos, que intentan buscarte las cosquillas al contragolpe, que te dejan dominar para después ajusticiarte por la espalda, la Roma se presentaba como un equipo totalmente distinto a los demás. Un cuadro con gusto por tener el dominio del cuero, abonado a la elaboración a fuego lento, sin prisas, controlando en todo momento el tempo del partido. Curiosamente, una idea de juego similar a la del Gigante Bávaro. Al menos eso debió pensar Guardiola, momentos antes de hacerse una pregunta así mismo: ¿Qué es lo que más daño puede hacernos?

Entonces el balón echó a rodar en el Olímpico de Roma, y el Bayern enseñó sus cartas. Un arriesgado 3-5-2 con una clara premisa: ahogar a la loba. Un presing asfixiante que no dejara pensar ni tener el balón a los giallorossi una décima de segundo. Tan pronto como recibían los centrales romanos de su portero, aparecían cinco hombres de blanco a encimar al receptor y a las posibles líneas de pase. Un trabajo de grupo, en sintonía, que involucraba a los once sobre el terreno de juego. Empezando por la presión a los centrales, pasando por la adelantadísima línea de los zagueros (muy atentos en todo momento a los continuos desmarques de Gervinho) y acabando por el Neuer líbero que tanto dio a Alemania en el Mundial de Brasil.

Línea de presión altísima, con hasta 5 hombres impidiendo la recepción

Kloppismo en Baviera

Una vez desarrollado el primer paso, el segundo paso destapaba tras de sí una curiosa paradoja en forma de símil. Y es que, cuando el Bayern recuperaba el balón, recurrentemente a unos treinta metros del arco, no era la hora de ir despacio. Nada de mimos, nada de cocción a fuego lento. No era momento para un vals, era momento de Rock & Roll. Vértigo, electricidad, combinaciones ágiles y velocidad. Nada de tocar y tocar en la medular, hora de vibrar en los tres cuartos de campo. Pase rápidos, aperturas a banda para romper la zaga, como picaduras de avispa. El Bayern no era el Bayern de Pep, había mutado en algo bien distinto, había mutado en el Borussia de Klopp.

Y el Kloppismo bávaro se dio un festín. Una y otra vez la Roma caía en los mismos errores, forzados por el Bayern, pero errores al fin y al cabo. Yanga M´Biwa, que empezó  bien anticipándose en varios pases, se atragantó a base de perder balones. Ashley Cole, que muchos consideran que no está para este tipo de partidos, fue una autopista para el escurridizo Robben. Y la línea de tres romana en ningún momento supo donde se estaba jugando el partido. Deslavazados. Incapaces de mantener al equipo erguido, reculando cada vez más para tratar de tapar los innumerables huecos generados por los Götze, Müller y compañía. Uno tras otro fueron cayendo los goles, sin descanso.

La línea defensiva adelantó muchísimo su posición acortando los espacios

La segunda parte, tras el 0-5 con el que acabó la primera, apenas sirvió para que el Bayern se fuera de Italia con un histórico 1-7. Siete goles a favor, una cifra que parece haberse puesto de moda en Alemania en los últimos tiempos. Una vez más, Guardiola demostró ser uno de los grandes hechiceros de este deporte, capaz de hacer cosas impensables, hasta el punto de disfrazarse de pies a cabeza si la ocasión lo requiere. La película fue justo como imaginó Pep. Para el recuerdo quedará una noche histórica, en la que Guardiola logró vencerse a sí mismo siendo su némesis, mostrando una cara muy conocida.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Deshojando la margarita

Desde su llegada al Schalke, a finales de 2012, su estancia en el club minero 04 había estado plagada de titubeos, de vacilaciones, de indecisiones. Una temporada y media después, el mal arranque del equipo ha reverdecido ese nunca extinto sentimiento de duda, que ha fulminado su paso por la ciudad de Gelsenkirchen.


“Le quiero, no le quiero, le quiero, no le quiero…”

A menudo solemos relacionar estas palabras con escenas de amor juvenil. El chico o la chica retira los pétalos de una margarita, pudiendo ser cualquier otra flor, hasta llegar al último pétalo. Durante el procedimiento del mismo, un frenesí de sentimientos, de subidas y bajadas, invade el alma del protagonista. Y no es para menos, pues en este buscado azar se encuentra la respuesta a la tan mascada duda. Todo un mar de pros y de contras, resumidos en un breve instante, en un caprichoso azar, en un matemático 50/50.

Le quiero

La opción más racional, la menos pasional. La que te lleva a tomar decisiones basando tu juicio en resultados, no en sensaciones, no en aquello que percibes.

A pesar de un difícil arranque y algún resultado muy negativo (la semana de los 11), la trayectoria en cuanto a resultados del técnico del Schalke 04 podría evaluarse como satisfactoria. Clasificó al conjunto para los octavos de final de la Liga de Campeones, donde fue eliminado por el campeón, y acabó la temporada en tercera posición, obteniendo el billete directo para la presente UCL. Eran los objetivos que el club marcó a principio de año e, independientemente de la brillantez y la dificultad, se cumplieron sin excesivas agonías. Este año, el equipo, a pesar de no haber arrancado todo lo bien que se esperaba, había cuajado choques de gran mérito, como la última victoria frente al máximo rival en el derbi del Ruhr o el empate en Stamford Bridge.

Goretzka, Meyer y Kolasinac, tres de las grandes apuestas de Keller| Imagen: bundesliga.com

Además, en el plano deportivo, desde su llegada, el cuadro minero ha visto aumentados sus activos en plantilla, dando la alternancia a jóvenes talentos. En nombres como Meyer, Ayhan, Goretzka, Kolasinac o Fährmann siempre figurará el de Keller como el de aquel técnico que les permitió, no solo debutar, sino brillar y ser importantes al primer nivel. Hecho que supone un crecimiento, no solo deportivo, sino económico para el club.

No le quiero

La opción más sentimental. No tiene por qué estar basada en nada palpable, en nada material, en hechos o resultados. Aquella que sale de lo más profundo de tu ser, aquella que no tiene por qué ser comprensible.

Resultados aparte, una temporada después, los de la Westfalia seguían aquejando los mismos síntomas. Y es que el Schalke siempre dio la sensación de ser un equipo incompleto. Siempre fallaba o faltaba algo. Muchas veces porque el nivel defensivo era paupérrimo, hecho que se repitió con demasiada asiduidad, sobre todo ante rivales de nivel similar o superior. Jugase quien jugase, al equipo le costaba un mundo mostrar una mínima solidez atrás. Otras porque, incluso sacando los partidos adelante, los mineros solían dar una imagen de equipo conformista. Daban la sensación de poder hacer más, de poder aspirar a más. No había continuidad, el juego no fluía  con periodicidad, faltaba hambre. Solo altibajos y genialidades esporádicas que, ante rivales inferiores, te regalaban partidos.

Howedes y Höger, personificaciones de los problemas defensivos del equipo| Imagen: uefa.com

Tras varias semanas de dudas, para variar, la directiva del club de Gelsenkirchen se decidió a cesar al técnico de Stuttgart, dando la alternancia a Roberto Di Matteo. Todo apunta a que la destitución se debe a los malos resultados obtenidos en la presente temporada, pero apenas se llevan siete jornadas de la Bundesliga y el equipo sigue vivo en sus objetivos. Por ello, cabe pensar que quizás la decisión esté más relacionada con las sensaciones que transmite el equipo, repitiendo los alarmantes síntomas del pasado. Sea una cosa o sea la otra, lo cierto es que la directiva se vio obligada a tomar una decisión, a terminar de deshojar su margarita y el último pétalo, como en la tan extendida escena, dictaminó sentencia.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Totalmente convencidos

Frantz Beckenbauer, Lothar Matthäus, Matthias Sammer… Alemania siempre ha estado acostumbrada a contar entre sus filas con varios de los mejores defensores del planeta. Grandes nombres que han liderado generaciones campeonas, grabadas para la posteridad. La Alemania contemporánea, la que de los mediapuntas habilidosos, ya no parece estar asociada a esta clase de futbolistas. No obstante, durante este Mundial, hay un hombre que, aunque alejado todavía, está recordando ligeramente a esos titanes que conforman la historia de la “Mannschaft”.


“Hummels es un extraordinario central, con unas grandes condiciones, pero…”

Si hace un año aproximadamente hubieras preguntado a cualquier seguidor de la Bundesliga lo que opinaba sobre el central del Borussia Dortmund Mats Hummels, lo más probable es que su respuesta hubiese sido algo parecido a esto. Su rendimiento, en líneas generales, solía ser notable, e incluso destacado, sin embargo, había algo en el zaguero nacido a las orillas del Rin que hacía desconfiar hasta a los más optimistas.

Y es que, llegados los partidos importantes, el portentoso aunque joven central se descomponía como un azucarillo. Ya fuese jugando con su club o su selección, estuviese delante el delantero que estuviese, cuando algo sustancial había en juego, sus carencias salían a la luz. Una pérdida de concentración en un momento puntual, un exceso de confianza en otro, una mala salida… la mala fortuna parecía jugar siempre del lado de Mats. Dicha circunstancia lo tenía en el punto de mira y nutría de argumentos a los más escépticos en cuanto a su nivel real.

Algo cambió 

Esta temporada del Borussia Dortmund empezó con Hummels situado un escaloncito por debajo de su compañero de zaga Subotic, cuyos primeros y únicos meses de competición rayaron un altísimo nivel. Llegó el invierno, y con él la plaga de lesiones del cuadro aurinegro, la cual arrastraría consigo a la pareja de centrales. Subotic se despidió de la temporada, pero Hummels tuvo la opción de reaparecer a tres meses de que finalizase la competición, y vaya si apareció. Con Subotic fuera, el germano poco a poco fue alcanzando un nivel inusitado. Cumplió con creces en la competición doméstica, y lo que es más importante, por primera vez, brilló con luz propia en las citas más importantes. Partidos como el que le enfrentó al Wolfsburgo en semifinales de la DFB Pokal o el choque de vuelta frente al Real Madrid en cuartos, posiblemente supongan algunas de las actuaciones más meritorias del central hasta la fecha.


Su recuperación de la lesión había sido óptima, y con el Mundial a la vuelta de la esquina, el borusser emprendía su tercera experiencia en la competición más exigente en su mejor momento. Era su hora, era su Mundial, la oportunidad de dar carpetazo a sus poco convincentes actuaciones pasadas y demostrarse a sí mismo y al Mundo que había crecido, había madurado y ya ningún reto se le quedaba grande.

Reafirmación

Primer partido del Mundial, primer rival serio para la Mannschaft, y primera gran actuación de Hummels (incluyendo un tanto de cabeza). El Mundial no pudo empezar mejor para el renano, que con el paso de los partidos, y a la vista de lo poco fluido del juego de su selección, se ha configurado como uno de los mejores jugadores del torneo. Participando de forma activa en las labores de creación de su equipo, donde se sabe y se siente un jugador importante; dando una solidez fundamental para el buen funcionamiento colectivo del equipo, pero sobre todo mostrándose  seguro, muy seguro. Ya no hay errores, ya no hay pérdidas de concentración, ya no hay lamentos, Hummels es el mejor defensor de Alemania, y posiblemente, uno de los mejores de la Copa del Mundo.


Su ausencia ante Argelia hizo naufragar a la pareja Boateng-Mertesacker, pero ante Francia, Hummels pudo rubricar el que probablemente sea uno de los mejores partidos de su carrera. En un partido más bien gris, más bien feo, donde la Mannschaft supo llevarse el gato al agua tirando de galones y esa competitividad innata que les caracteriza, el defensor fue el auténtico sustento de su equipo. Estuvo atentísimo para tapar los innumerables despistes de Boateng, cerró a la perfección cualquier intento de inclusión por su lado, aportó un poso en defensa fundamental en esta clase de partidos y por si fuera poco, anotó el tanto de la victoria. Daba igual lo que intentasen les bleus, las ocasiones que tuvieran, uno veía a Neuer y a Hummi y le quedaba la sensación de que Francia nunca marcaría.


En semifinales ante Brasil, la poderosa exhibición de su equipo le permitió pasar a un segundo plano, pero la final seguro que es otra historia. Aun así, y pase lo que pase, la actuación de Hummels en esta Copa del Mundo ha dejado a todos, detractores y los que no lo son tanto, totalmente convencidos.

jueves, 16 de octubre de 2014

Brillando en la espesura

En la última jornada de Champions, Bayern y Arsenal se dieron cita en un partido que prometía mucha diversión, pero que finalmente acabó siendo un espectáculo soporífero, espeso y difícil de digerir. Sin embargo, dicho escenario sirvió como caldo de cultivo de una actuación sublime, que si bien quedó oculta entre tanta sombra, permitió al espectador deleitarse con su brillantez.


Bayern de Múnich y Arsenal se enfrentaron en uno de los duelos de los octavos de final de la Champions que mayor expectación traían consigo, y no porque el resultado de la ida dejara la eliminatoria abierta para los dos, sino más bien por la buena imagen dejada por los de Wenger cuando aún no se encontraban en inferioridad. El choque, además, empezó envuelto en una tesitura un tanto especial, gracias, sobre todo, a los onces tanto de Wenger como de Guardiola, los cuales no dejaron a nadie indiferente. El alsaciano saltó al Allianz sin complejos, con un solo mediocentro, y cinco hombres totalmente ofensivos. Por su parte, Guardiola no quiso ser menos, e innovó con un equipo bastante novedoso, con solo dos hombres en el medio, y lo que sorprendió aún más, con Javi Martínez y Lahm ocupando puestos en la zaga, como lateral y central derecho.

Dentro de la más honda espesura…

Esta transformación de Pep, a pesar de sorprender a la mayoría de los presentes en el estadio, obedecía a una idea o planteamiento bastante claro, que el propio técnico español, ya se encargó de recordar en la rueda de prensa posterior al partido: “Tras el 0-2 en Londres, no queríamos permitir ninguna contra, sólo controlar el partido”. Y así fue. Durante la mayor parte del choque, especialmente los primeros 45 minutos, el Bayern controló el partido, y vaya si controló. Con Thiago al mando de la sala de operaciones, y el resto bien concentrados en el plan de vuelo, el Bayern se pasó todo el primer tiempo tocando, de un lado al otro del césped, sin arriesgar, sin complicarse, siempre en horizontal. El objetivo no era ser profundos, no era deleitar a sus hinchas, no era romper las líneas rivales, no, el plan era simplemente ese, no perder el balón.

A esto se le añadió que el Arsenal, lejos de lo que pudo parecer por el once inicial, no quiso borrarse pronto del partido, no quiso jugarlo todo desde el inicio, y se resguardó. Cuando el Bayern la tenía, ellos estaban atrás. Cuando el equipo robaba, era hora de intentar salir a inquietar al rival, cosa que, exceptuando alguna gran cabalgada de Oxlade, los gunners apenas lograron. Ya en la segunda parte el escenario cambió, pero de poco sirvió, pues el Arsenal, aunque se acercó, no llegó hacer creer a nadie que serían capaces de remontar. Conclusión: toda la expectación y algarabía inicial acabó, lenta y dolorosamente, en un espectáculo plomizo, tedioso, y bastante difícil de aguantar.

Con este resumen del choque, parece difícil sacar alguna otra conclusión, pero lo cierto es que esto del fútbol da para mucho, y más cuando se dan cita tantos jugadores de tal talla mundial. Así pues, el encuentro nos dejó varias conclusiones: Oxlade probablemente sea el mejor jugador del Arsenal hoy en día, Özil el peor, El Bayern aún necesita más rodaje, etc. De entre toda esta lista, merece la pena centrarse en una de ellas, más bien en un nombre en concreto, el de Javi Martínez.

…se abrió paso la brillantez

Su titularidad fue totalmente inesperada. Boateng, hombre que se quedó en el banquillo en lugar del navarro, venía de completar grandes choques, mostrándose, casi con total seguridad, como el zaguero más seguro. Entonces, ¿por qué Javi Martínez? La respuesta es bien sencilla y nace, sin ir más lejos, de las palabras de Guardiola: el Bayern salió a controlar.

Y es que Boateng es un central de diez: rápido, fuerte, siempre muy atento, muy solidario y seguro en la cobertura, un auténtico portento físico, muy lejos pues, de lo que es Javi Martínez. Ojo, que no quiere decir esto que el español no sea otro portento, que lo es, pero antes que eso, Javi es un grandísimo jugador de fútbol. Un pelotero, un mediocentro capaz de sumarse al ataque a asistir con un último pase, o bien de controlar el juego desde el medio. Casualmente, esto último, lo de controlar el juego, era lo que Pep buscó en el partido, y de ahí que el atleta Boateng dejara su sitio al tocón Javi Martínez. Tener al navarro como central aportaba, no solo a un gran defensa, cosa que ya es Boateng, sino a uno más, otro jugador con capacidad de recibir la pelota, aguantar la tarascada y cederla a un compañero.


Javi Martínez brilló tanto en ataque (76/83 pases completados) como en defensa (12/12 balones despejados)


Estaba Thiago, estaba Lahm, estaba Schweinsteiger, estaba Alaba, y ahora además, estaba Javi. Todos ellos con dotes de sobra para controlar el partido a través del esférico, intercambiándoselo, sin apuros, sin recurrir al pelotazo. Como era de esperar, el navarro cumplió en ese aspecto, sin embargo, su actuación no quedó ahí, y fue más allá. No contento con satisfacer el requisito principal que Pep le había encomendado, Javi Martínez completó un choque estelar defensivamente, tanto, que se convirtió en uno de los nombres de la noche. El Arsenal no atacaba mucho, pero cada vez que se acercaba, ahí estaba Javi: encimando al hombre que iba a recibir, adelantando muchísimo su posición para evitar la recepción del rival, rápido y contundente ante tanto mediapunta habilidoso, y lo que es aún mejor, dando una sensación de seguridad y madurez fundamentales en ese puesto.


Con asiduidad, el navarro adelantó mucho su posición para evitar la recepción del rival. (Bayern.de)



El Bayern falló defensivamente, pero no así Javi, que con su partido agitó más fuerte que nunca su bandera de guerra, señal inequívoca de que el navarro está ahí, dispuesto a ganarse las habichuelas en el puesto que sea, y lo que es más importante, planteando en el seno de la hinchada bávara una cuestión: ¿Es Javi Martínez el mejor central de la engrasada maquinaria bávara? Aún es pronto para poder responder con seguridad a dicha pregunta, al contrario de lo que ocurre con otra, de la cual ya no queda ninguna duda, y es que, en la noche de Champions en el Allianz-Arena, Javi Martínez fue la brillantez entre la espesura.

martes, 14 de octubre de 2014

Iguales, pero diferentes

Dibujo, esquema, predisposición… hay múltiples maneras de nombrar a la forma con la que un equipo de fútbol se coloca sobre el terreno de juego, al igual que múltiples son los esquemas existentes. No obstante, ese dibujo o esquema nunca puede estar relacionado a un estilo concreto, pues los equipos los moldean y transforman, obteniendo el producto que más les conviene.


En el último encuentro de Champions que midió a Bayer Leverkusen y Paris Saint-Germain, ambos conjuntos salieron de inicio luciendo un esquema aparentemente idéntico, el famoso 4-3-3. Tras los primeros 45 minutos, el partido ya iba 0-3 a favor de los franceses, favoritos a llevarse la eliminatoria. Es evidente que el conjunto de Blanc cuenta con jugadores de primera talla mundial, algo a lo que no puede tener acceso el club alemán. Sin embargo, lo visto sobre el terreno de juego, evidencia que la diferencia quizá no residió tanto en el individuo en sí, sino más bien en el colectivo, y para ser más precisos, en la disposición que uno y otro equipo tomaron sobre el césped del BayArena.

Dominio por sectores

A pesar de que el dibujo inicial de unos y otros sobre el rectángulo de juego era similar, la disposición parisina a la hora de atacar les concedió total superioridad en todo momento, convirtiendo el partido de los alemanes en un ejercicio físico difícil de aguantar. El PSG sacaba siempre el balón jugado desde atrás, volcándose a una banda (generalmente la derecha), donde la acumulación de hombres les daba superioridad y les permitía tocar a su gusto. El lateral (van der Wiel) avanzaba siempre su posición, llegando a jugar incluso por delante del teórico extremo (Moura), reconvertido en un interior más. A ellos dos, se les sumaba siempre el centorcampista de ese lado (Motta o Verrati), lo que facilitaba la triangulación parisina, y obligaba tanto a Son como Castro a vascular continuamente persiguiendo la pelota.

Para más inri, esta superioridad se acentuaba gracias a un componente difícil de frenar. El componente Ibrahimovic. Como todo el mundo sabe, y muy a pesar de su complexión física y su posición teórica sobre el campo, el sueco es un jugador con un especial gusto por el toque de balón, y más aún, por ser el foco de su equipo en ataque. Un delantero con alma de mediocentro, ansioso por hacerse notar cada vez que huele el césped. Con estas premisas, Zlatan huyó por completo del frente de ataque, acudiendo una y otra vez a recibir y crear al centro. Esta maniobra, tan insignificante a simple vista, anuló por completo a la pareja de centrales, que no tenían nadie a quién cubrir, y lo que es más importante, colmó la superioridad de su equipo en el medio.


El PSG tocaba y tocaba, sin generar excesivo peligro sobre la meta de Leno, pero dando una sensación de superioridad apabullante, y desgastando por completo a los habilidosos atacantes aspirineros. No les hacía falta correr, ni ser intensos, simplemente tener el balón, y pasarlo fácil de un jugador a otro, sabiendo que los que defendían, andaban lejos de ser expertos en eso del robo de pelota.

La soledad del mediocentro

Sin embargo, no todo en el fútbol es atacar, cosa que bien sabía el técnico galo, quien también dispuso una premisa clara en defensa. Cuando los de Hyypia robaban, el enorme número de hombres con casaca blanca y el desgaste de haber corrido detrás del balón, impedía al Leverkusen usar su mejor arma, el contragolpe. Una vez desarticulado este mecanismo, los aspirineros optaban por el juego en estático, avanzando a sus dos interiores (Bender y Castro) casi a la altura de la línea de delanteros, y dejando todo el peso de la jugada en los pies de Simon Rolfes. El partido del capitán del Leverkusen fue un auténtico suplicio. Una y otra vez recibía en el medio, levantaba la cabeza, y no veía a nadie; con lo que el balón volvía al cuadro visitante, merced a un error de éste en la entrega.



El primero de esos errores, supuso además el primer gol parisino, en el que Rolfes pierde el esférico ante Matuidi, quien finalmente acabaría marcando, tras recibir un gran pase de Verrati a la espalda del propio Rolfes. Pero no toda la culpa era del pobre Simon, ya que por lo general lograba dar el pase a un compañero, algo que también había previsto el PSG. Cuando Rolfes conseguía soltar la pelota bien a Sam, bien a Son, estos se encontraban lejos de su zona habitual de acción, por lo que sus intervenciones se convertían en intrascendentes. Así, quedaba completamente anulado el potencial del Leverkusen, que únicamente se vio capaz de enviar algún centro que otro al área, donde Kiessling tendría que superar a dos auténticos muros como Alex y Thiago Silva.



La segunda parte no tuvo más historia, y el cuadro parisino se agenció una victoria importantísima que les pone con un pie en octavos. Bien es cierto que el partido al final son detalles, pero hay que aceptar que en esta eliminatoria el planteamiento de Blanc superó con creces al de Hyypia. Y es que ambos equipos partieron con dibujos iguales, pero diferentes al fin y al cabo.

lunes, 13 de octubre de 2014

Cuando Benítez dejó de ser Benítez

Muy poca gente desconoce al técnico madrileño Rafa Benítez. Su carrera desde que empezase a hacerse un nombre con aquel Valencia campeón, hasta nuestros días, casi siempre ha ido ligada al éxito. Si preguntasen a cualquier persona de este mundo con cierto interés por este deporte, probablemente ésta sería capaz de hablarte de él. Es más, quizás esta persona te hablase de un técnico con cierta tendencia defensiva, algo frío, calculador… Sin embargo, más allá de todo esto, Benítez es un entrenador volcado con su profesión.


Actualmente existen muy pocos entrenadores sobre el planeta con el nivel de preparación previa a los partidos de Rafael Benítez. Es un hombre al que le gusta tener todo bajo control, que se entrega en cuerpo y alma en no dejar ningún detalle sin supervisar. Cualquier ventaja, cualquier desventaja, cualquier pormenor, por ínfimo que sea, es importante para él, algo que, partido tras partido, demuestran sus equipos sobre el campo. Habrá quienes digan que este afán por controlar todo lo que ocurre sobre el rectángulo de juego es una aberración a este deporte, sin embargo, su manera de ver, dibujar y enfocar cada partido merece, como mínimo, la admiración de todo el mundo futbolístico.

El inconveniente que lo trastornó todo

La pasada semana, el cuadro de Benítez se enfrentó a uno de los partidos más importantes de lo que llevamos de temporada. Tocaba viajar al tan temido Westfalenstadion, para verse las caras ante, nada más y nada menos, el subcampeón de Europa. Para una fecha tan señalada en el calendario, seguro que el madrileño no escatimó un esfuerzo en preparar y concienciar a todos y cada uno de sus futbolistas, sobre cómo había que plantear y jugar el partido. Sin embargo, por suerte o por desgracia, este deporte es, sobre todas las cosas, un deporte imprevisible. Eso mismo debió pensar el Bueno de Benítez cuando, apenas diez minutos después de que el árbitro diese inicio al encuentro, un agarrón de Fede Fernández dentro del área de castigo fue señalado como penalti, para que poco después Reus acabase poniendo el 1-0 en el marcador.

A partir de este momento, todo el trabajo, la dedicación, y la preparación previas al encuentro se vino al traste. Había que pensar un nuevo plan de partido, y fue entonces cuando Benítez decidió, muy al pesar de muchos de los hinchas napolitanos, dejar de ser Benítez. Por las circunstancias del choque, quizá lo lógico hubiese sido intuir que, y más conociendo al madrileño, era el momento de enfriar el partido. El encuentro llevaba muy pocos minutos disputándose y precipitarse, y más en un enfrentamiento de esta enjundia, podría acabar resultando trágico. No obstante, y para sorpresa de propios y extraños, Benítez decidió dar un volantazo e ir al ataque sin contemplaciones.

Un nuevo plan

Hizo que sus delanteros adelantaran líneas, pero la posición sobre el campo de los de Klopp, impidió al resto hacer lo mismo, por lo que el equipo se partió. La distancia entre los cuatro defensas y los cuatro jugadores más avanzados era amplísima, y el doble pivote apenas daba abasto para llegar a todo. El Nápoles trató una y otra vez sacar el balón jugado desde la defensa, pero la primera línea de presión del Dortmund se mantuvo espléndida, imposibilitando a los italianos hacer llegar un balón en condiciones más allá de la divisoria de ambos campos.



Esta situación facilitó, y de qué manera, la labor de un Dortmund que ni en sueños podría haber imaginado un escenario tan favorable. Su buena organización en la presión, unida a la impotencia napolitana, permitió a los locales robar y salir rápido al contraataque. Cada vez que el equipo de Klopp se hacía con un balón, Reus, Kuba, Lewandowski y sobre todo Mkhitaryan montaban un contragolpe en superioridad, ya fuese cuatro contra tres, o bien cinco contra cuatro. Para mayor desgracia, la pareja de zagueros formada por Albiol y Fernández era tremendamente inferior en velocidad a los atacantes, por lo que una y otra vez acababa viéndose superada. Este último hecho provocó a su vez que la línea de defensores fuera retrocediendo cada vez más, haciendo que el equipo fuese más largo.


Reacción tardía

En la segunda mitad, el Dortmund acabaría metiendo el segundo, y de nuevo Benítez volvería a sorprender a todos. Con 2-0 en el marcador y media hora por jugarse, decidió sacar del terreno de juego a Dzemaili, de claro perfil ofensivo, para dar entrada a Inler, un mediocentro de carácter más posicional. Con este cambio el madrileño buscó dar más estabilidad al equipo, algo que, si bien parecía lo lógico por el transcurrir del partido, se hizo difícil de entender en ese momento, ya que la desventaja era de dos goles. La media hora restante, y a pesar de que los napolitanos conseguirían acortar ventajas, no sirvió, ni más ni menos, para que el armenio Mkhitaryan deleitase a todos los allí presentes con la que, para muchos, ha sido su mejor actuación desde su llegada a la Renania del Norte – Westfalia.


Nunca se sabrá si el planteamiento efectuado por el cuadro de Rafa fue producto de un plan o bien si fue una mera improvisación, lo que sí se puede afirmar es que aquel día, el calculador, metódico y pragmático Benítez, dejó de ser Benítez.