Dibujo, esquema, predisposición… hay múltiples maneras de
nombrar a la forma con la que un equipo de fútbol se coloca sobre el terreno de
juego, al igual que múltiples son los esquemas existentes. No obstante, ese
dibujo o esquema nunca puede estar relacionado a un estilo concreto, pues los
equipos los moldean y transforman, obteniendo el producto que más les conviene.
En el último encuentro de Champions que midió a Bayer
Leverkusen y Paris Saint-Germain, ambos conjuntos salieron de inicio luciendo
un esquema aparentemente idéntico, el famoso 4-3-3. Tras los primeros 45
minutos, el partido ya iba 0-3 a favor de los franceses, favoritos a llevarse
la eliminatoria. Es evidente que el conjunto de Blanc cuenta con jugadores de
primera talla mundial, algo a lo que no puede tener acceso el club alemán. Sin
embargo, lo visto sobre el terreno de juego, evidencia que la diferencia quizá
no residió tanto en el individuo en sí, sino más bien en el colectivo, y para
ser más precisos, en la disposición que uno y otro equipo tomaron sobre el
césped del BayArena.
Dominio por sectores
A pesar de que el dibujo inicial de unos y otros sobre el
rectángulo de juego era similar, la disposición parisina a la hora de atacar
les concedió total superioridad en todo momento, convirtiendo el partido de los
alemanes en un ejercicio físico difícil de aguantar. El PSG sacaba siempre el
balón jugado desde atrás, volcándose a una banda (generalmente la derecha),
donde la acumulación de hombres les daba superioridad y les permitía tocar a su
gusto. El lateral (van der Wiel) avanzaba siempre su posición, llegando a jugar
incluso por delante del teórico extremo (Moura), reconvertido en un interior
más. A ellos dos, se les sumaba siempre el centorcampista de ese lado (Motta o
Verrati), lo que facilitaba la triangulación parisina, y obligaba tanto a Son
como Castro a vascular continuamente persiguiendo la pelota.
Para más inri, esta superioridad se acentuaba gracias a un
componente difícil de frenar. El componente Ibrahimovic. Como todo el mundo
sabe, y muy a pesar de su complexión física y su posición teórica sobre el
campo, el sueco es un jugador con un especial gusto por el toque de balón, y
más aún, por ser el foco de su equipo en ataque. Un delantero con alma de
mediocentro, ansioso por hacerse notar cada vez que huele el césped. Con estas
premisas, Zlatan huyó por completo del frente de ataque, acudiendo una y otra
vez a recibir y crear al centro. Esta maniobra, tan insignificante a simple
vista, anuló por completo a la pareja de centrales, que no tenían nadie a quién
cubrir, y lo que es más importante, colmó la superioridad de su equipo en el
medio.
El PSG tocaba y tocaba, sin generar excesivo peligro sobre
la meta de Leno, pero dando una sensación de superioridad apabullante, y
desgastando por completo a los habilidosos atacantes aspirineros. No les hacía
falta correr, ni ser intensos, simplemente tener el balón, y pasarlo fácil de
un jugador a otro, sabiendo que los que defendían, andaban lejos de ser expertos
en eso del robo de pelota.
La soledad del mediocentro
Sin embargo, no todo en el fútbol es atacar, cosa que bien
sabía el técnico galo, quien también dispuso una premisa clara en defensa.
Cuando los de Hyypia robaban, el enorme número de hombres con casaca blanca y
el desgaste de haber corrido detrás del balón, impedía al Leverkusen usar su
mejor arma, el contragolpe. Una vez desarticulado este mecanismo, los
aspirineros optaban por el juego en estático, avanzando a sus dos interiores
(Bender y Castro) casi a la altura de la línea de delanteros, y dejando todo el
peso de la jugada en los pies de Simon Rolfes. El partido del capitán del
Leverkusen fue un auténtico suplicio. Una y otra vez recibía en el medio,
levantaba la cabeza, y no veía a nadie; con lo que el balón volvía al cuadro
visitante, merced a un error de éste en la entrega.
El primero de esos errores, supuso además el primer gol parisino,
en el que Rolfes pierde el esférico ante Matuidi, quien finalmente acabaría
marcando, tras recibir un gran pase de Verrati a la espalda del propio Rolfes.
Pero no toda la culpa era del pobre Simon, ya que por lo general lograba dar el
pase a un compañero, algo que también había previsto el PSG. Cuando Rolfes
conseguía soltar la pelota bien a Sam, bien a Son, estos se encontraban lejos
de su zona habitual de acción, por lo que sus intervenciones se convertían en
intrascendentes. Así, quedaba completamente anulado el potencial del
Leverkusen, que únicamente se vio capaz de enviar algún centro que otro al
área, donde Kiessling tendría que superar a dos auténticos muros como Alex y
Thiago Silva.
La segunda parte no tuvo más historia, y el cuadro parisino
se agenció una victoria importantísima que les pone con un pie en octavos. Bien
es cierto que el partido al final son detalles, pero hay que aceptar que en
esta eliminatoria el planteamiento de Blanc superó con creces al de Hyypia. Y
es que ambos equipos partieron con dibujos iguales, pero diferentes al fin y al
cabo.
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