Como si del famoso programa de televisión se tratara, el
Bayern de Múnich mudó su rostro habitual para mostrar uno bien distinto. Una
cara nunca antes vista en el equipo de Guardiola. Una cara conocida que seguro
sonó a más de uno.
Guardiola es un tipo especial. Un ser entregado que vive por
y para su profesión. Las 24 horas del día, sin descanso, sin pausa. Su mente,
siempre despierta y despejada, es como un pequeño reproductor de vídeo. Un
reproductor en el que se visionan partidos desde cualquier ángulo del campo,
con una óptica única y difícilmente alcanzable para el ciudadano de a pie. A
veces estos partidos son choques que ya se han disputado, pero en otras
ocasiones son partidos que aún no se han sucedido. Y es que cada vez que el Bayern de Múnich
salta a un terreno de juego para medirse en un enfrentamiento, éste ya se ha
jugado, no de un modo material, pero sí de un modo insustancial, irreal, en la
mente del técnico de Sampedor.
Frente al espejo
Acostumbrados a jugar con equipos correosos, intensos, que
intentan buscarte las cosquillas al contragolpe, que te dejan dominar para
después ajusticiarte por la espalda, la Roma se presentaba como un equipo
totalmente distinto a los demás. Un cuadro con gusto por tener el dominio del
cuero, abonado a la elaboración a fuego lento, sin prisas, controlando en todo
momento el tempo del partido. Curiosamente, una idea de juego similar a la del
Gigante Bávaro. Al menos eso debió pensar Guardiola, momentos antes de hacerse
una pregunta así mismo: ¿Qué es lo que más daño puede hacernos?
Entonces el balón echó a rodar en el Olímpico de Roma, y el
Bayern enseñó sus cartas. Un arriesgado 3-5-2 con una clara premisa: ahogar a
la loba. Un presing asfixiante que no dejara pensar ni tener el balón a los
giallorossi una décima de segundo. Tan pronto como recibían los centrales
romanos de su portero, aparecían cinco hombres de blanco a encimar al receptor
y a las posibles líneas de pase. Un trabajo de grupo, en sintonía, que
involucraba a los once sobre el terreno de juego. Empezando por la presión a
los centrales, pasando por la adelantadísima línea de los zagueros (muy atentos
en todo momento a los continuos desmarques de Gervinho) y acabando por el Neuer
líbero que tanto dio a Alemania en el Mundial de Brasil.
Kloppismo en Baviera
Una vez desarrollado el primer paso, el segundo paso
destapaba tras de sí una curiosa paradoja en forma de símil. Y es que, cuando
el Bayern recuperaba el balón, recurrentemente a unos treinta metros del arco,
no era la hora de ir despacio. Nada de mimos, nada de cocción a fuego lento. No
era momento para un vals, era momento de Rock & Roll. Vértigo,
electricidad, combinaciones ágiles y velocidad. Nada de tocar y tocar en la
medular, hora de vibrar en los tres cuartos de campo. Pase rápidos, aperturas a
banda para romper la zaga, como picaduras de avispa. El Bayern no era el Bayern
de Pep, había mutado en algo bien distinto, había mutado en el Borussia de Klopp.
Y el Kloppismo bávaro se dio un festín. Una y otra vez la
Roma caía en los mismos errores, forzados por el Bayern, pero errores al fin y
al cabo. Yanga M´Biwa, que empezó bien
anticipándose en varios pases, se atragantó a base de perder balones. Ashley
Cole, que muchos consideran que no está para este tipo de partidos, fue una
autopista para el escurridizo Robben. Y la línea de tres romana en ningún
momento supo donde se estaba jugando el partido. Deslavazados. Incapaces de
mantener al equipo erguido, reculando cada vez más para tratar de tapar los
innumerables huecos generados por los Götze, Müller y compañía. Uno tras otro fueron
cayendo los goles, sin descanso.
La segunda parte, tras el 0-5 con el que acabó la primera,
apenas sirvió para que el Bayern se fuera de Italia con un histórico 1-7. Siete
goles a favor, una cifra que parece haberse puesto de moda en Alemania en los
últimos tiempos. Una vez más, Guardiola demostró ser uno de los grandes
hechiceros de este deporte, capaz de hacer cosas impensables, hasta el punto de
disfrazarse de pies a cabeza si la ocasión lo requiere. La película fue justo
como imaginó Pep. Para el recuerdo quedará una noche histórica, en la que
Guardiola logró vencerse a sí mismo siendo su némesis, mostrando una cara muy
conocida.
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